Los pocos que la vieron dicen que que se trata del filme más antiguo que hasta el momento apareció sobre la historia vitivinícola argentina. Por los primeros datos de los fotogramas en blanco y negro, sugieren que podría situarse entre 1925 y 1928.
Pese a la dificultad de definir actualmente ese detalle con exactitud –dada la cercanía del hallazgo y la falta de información al alcance–, hay algo en lo que coinciden quienes lo tuvieron frente a sus ojos: es una joya que a cualquier espectador le moverá las fibras más sensibles por lo que aporta a la conciencia de lo que fuimos y somos.
La noticia es que encontraron un documental mudo que muestra el proceso del vino y la industria del emporio que comenzó a construir a fines del siglo XIX –y que reafirmó a mediados del XX– la familia Arizu, pionera de esta actividad agraria.
La cinta, que aún no es difundida dada la necesidad de proteger el celuloide física y legalmente, abre un abanico de respuestas sobre cómo era el quehacer de esa fuerza productiva, el trabajo artesanal y la incidencia de los trenes en la expansión industrial, los usos y costumbres de la sociedad mendocina, pasando también por las formas de la cinematografía en plena década del XX: con los aportes dados por la relación que esta película tiene con Federico Valle, quien inventó el primer noticiero y exploró tempranamente el cine documental.
“Cuando el placer de un menú suculento se inicia con un tinto…” convoca la presentación que en 38 minutos lleva al espectador por paisajes de un mundo reconocible a simple vista, pero del que perdimos ya varias pisadas: la cosecha en las hileras, la carga en canastos y el trabajo mancomunado con costumbres típicas como el asadito para cortar la jornada de esfuerzo; los paños de tierra cultivada en Luján de Cuyo y Maipú verdes y eternos, junto con una incipiente Villa Atuel que los Arizu contribuyeron a fundar; la casa matriz de la bodega situada en Godoy Cruz, en una extraña calle San Martín de tierra y árboles, edificio que desconocía la fatalidad del abandono que padece hoy y donde entonces cientos de obreros se trasladaban todos los días para prensar las uvas y etiquetar los toneles de vino; ferrocarriles que entraban a esa especie de ciudad vitivinícola en la zona más concurrida de la antigua provincia… La vitivinicultura inagotable, de principio a fin, relatada por la empresa que entonces más sabía del tema.
Descubridora
La que recuperó, analizó y luego transfirió este hallazgo a la comunidad vitivinícola a través de la Academia Argentina de la Vid y del Vino –en su acto de aniversario– fue Julieta Gargiulo, vicepresidenta del área de Cultura de esta institución.
Esta mujer, conocida por su activa participación como curadora de arte e investigadora, fue la protagonista del descubrimiento.
El filme manifestó sus primeras pistas en 2007. No por casualidad Gargiulo investigaba entonces qué pasaba dentro de los establecimientos vitivinícolas, cuál era la vida social que se desarrollaba detrás de ellos, cómo funcionaban, qué aportaban a la comunidad, cuál era su proyección al mundo, cuando en una charla con descendientes de aquellos inmigrantes de Navarra, España, con quien ella tenía una aceitado vínculo –su padre, Pascual Gargiulo, fue un destacado enólogo que dirigió la empresa Arizu por cinco décadas–, la alertaron sobre la joya escondida.
La señal del olor a vinagre
“Buceaba en los archivos locales, pero me encontraba con imágenes ya vistas por todos y repetidas en las investigaciones. Todavía vivía Ester Mugueta”, dice Julieta en referencia a la esposa de Ambrosio, hijo de Jacinto Arizu, uno de los que fundaron la sociedad anónima (la época de mayor expansión de la empresa de bodegas) encabezada por su hermano Balbino, a quien nadie pudo arrebatarle el lugar de patriarca y empresario al frente de la industria familiar.
Gargiulo recuerda la sorpresa que le causó cuando Ester comentó que en el depósito había mucho olor a vinagre (por la descomposición del nitrato de celulosa): “Cuando Ester falleció, no me parecía oportuno seguir indagando y después pasaron los años y un día me trajeron el material”.
Sergio Sánchez fue la primera fuente a consultar por su experiencia en rescatar la historia visual de esta provincia. “En realidad, con Cristina Raschia (guionista y directora de cine documental nacida en Rosario y radicada en Mendoza) entendimos que Sánchez podía hacernos un aporte para conservar el material”, explica Julieta.
Cuando Sánchez, investigador y creador del Proyecto Celuloide, tuvo en sus manos el material, la primera reacción fue revisar que no tuviera hongos que pudieran afectar su materialidad y la de otros archivos que tenían guardados: “Lo limpiamos y empalmamos nuevamente, hasta que finalmente lo proyectamos. Es una copia en 16 milímetros que deben haber hecho los distribuidores para quien se las encargó, levantada de la original que debe haber sido de 35 milímetros, la medida común de proyección en esa época”.
Algo más que institucional
Hay pistas en las que prestan atención los que conocen de cine: Miguel Dubini fue quien la habría filmado para Rapid Filme, según se lee en los intertítulos, mientras que podría haber sido distribuida por Federico Valle, un empresario italiano pionero en la cinematografía argentina que se especializó en documentales comerciales, industriales y educativos, generando los primeros noticieros cinematográficos sudamericanos de la historia, en los que Dubini colaboraba.
En esta época (1925-1928), Valle –produjo imprescindibles como El apóstol en 1917, sátira de Hipólito Irigoyen y el primer largo de dibujos del mundo– filma otros largometrajes similares sobre industrias como El azúcar (1926) y Por tierras argentinas (1929).
“No sabemos cuál fue la relación. Pero Valle lo debe haber distribuido porque tenía a su cargo todos los noticieros, entonces documentales periodísticos que se exhibían en las salas de cine”, explica Gargiulo, siempre en el ámbito de las primeras pistas de una investigación que ya empieza a sumergirse en aguas más profundas.
Esta mujer sospecha que Balbino Arizu fue el probable promotor de la travesía de mostrar “esa tierra de hombres laboriosos que venían a engrosar la grandeza de nuestra Patria”, donde se destacan “los hermanos Arizu, llegando con un cuantioso capital de salud y esperanza desde las bellas tierras de Navarra”, como relata la propia película.
“Hay varias imágenes en las que se lo ve a Balbino saludando a los vendimiadores, brindando con el vino nuevo, saliendo de la imponente Bodega Arizu de Godoy Cruz”, suma Julieta sobre el material que bien puede interpretarse como un documental institucional, pero que trasciende ese propósito.
Todo hallazgo se replica en otras búsquedas y nuevos descubrimientos. Por eso es que hoy se habla de al menos una película más del tipo que permanece guardada a la espera de su conservación.
La investigadora detrás de esta joya documental subraya otro aspecto que para ella tiene vital importancia: que se resguarde el patrimonio mostrado en estos 38 minutos, que ya sufrió varias pérdidas pese a ser una evidencia necesaria para construir nuestra historia.
El valor es el dato histórico
En una primera aproximación, el especialista en este tipo de películas de época Sergio Sánchez opina que es un documental “muy bien armado”.
No es difícil apurar esta evaluación por las nítidas imágenes y el perfecto encuadramiento de algunas tomas, que aún requieren de un proceso de tratamiento.
“Uno de los problemas es la duración. Podría compendiarse en 20 minutos si se sacaran algunas imágenes. De 40 fotogramas, 20 son intertítulos”, aporta Sánchez y luego especula que podría haber sido filmada con cámaras de madera a manivela o a cuerda, porque no existían los motores.
“El valor es el dato histórico. Las imágenes de lo que pasaba en Mendoza en la década de 1920”, entiende Julieta Gargiulo, quien investigó y encaró la búsqueda.
Fuente: Diario UNO http://linuca.org/link/?l19760